lunes, 30 de diciembre de 2019

Yasuní o cómo Correa piensa la política

Por: José Hernández
18/Agosto/2013

La conservación del Yasuní nació muerta. Se supo apenas el Gobierno anunció que tras el Plan A había el Plan B. Se entendió inmediatamente que, para él, era lo mismo proteger que explotar.

La diferencia estribaba en un monto y en el tiempo dado para conseguirlo. Ese mensaje llegó en peores términos a la opinión mundial y a sus Gobiernos.

Porque el correísmo, con esa forma sobrada que tiene de ver al diablo en los otros, puso el peso de la devastación del Parque Yasuní en manos de los otros Gobiernos: si quieren que lo conservemos –les dijo– paguen. ¡Por supuesto, afuera se comprendió que para Ecuador conservar 2 274 especies de árboles y arbustos; 100 mil especies de insectos por hectárea, 80 especies de murciélagos, 593 especies de aves, 150 de anfibios y 121 de reptiles era vital!

Y que si no colaboraban, pues se podía atentar contra su existencia. Primer error infausto para un Gobierno que ha hecho de la comunicación una religión.

Segundo error: poner a la cabeza de esa iniciativa a Ivonne Baky. Una señora cuyo pasado ecológico es tan irrebatible como sus enormes convicciones políticas. Lo atestigua su paso por cuatro Gobiernos. En un tema en que afuera priman tanto las creencias, el correísmo envió las peores señales.

El desenlace, en esas circunstancias, estaba cantado. Bastaría con revisar las alertas dadas por personas que, como Roque Sevilla o Yolanda Kakabase, sí pensaban posible una acción en ese campo, pero que criticaron la estrategia seguida. Por eso abandonaron los esfuerzos emprendidos.

El Yasuní ilustra, entonces, a la perfección lo que es la política para el correísmo. Un modelo de oportunidades en que A es igual a B. O conservar a destruir. Según la circunstancia, el presidente Correa es un día el líder de una novedosa propuesta ecológica y, meses después, el jefe de un aserradero.

Tal contradicción es inmanejable en el campo internacional. Robert Badinter, ministro de Justicia de François Mitterrand, recordó en un libro (La Abolición) que el ex presidente francés era contrario a la pena de muerte. En plena campaña electoral se lo dijo a los franceses a pesar de que ese castigo era popular y tenía, en los sondeos, un número aplastante de seguidores. Les prometió que si ganaba, propondría a la Asamblea acabar con esa vergüenza. 

Ganó, mandó la propuesta a la Asamblea y Badinter pronunció uno de los discursos más sentidos de la política francesa: logró la abolición de la pena de muerte. Un político es eso: certidumbres.

La política, si aún se puede hablar de principios, es un manifiesto de convicciones. No de oportunidades. 

El Gobierno pervirtió, desde el inicio, una buena causa pensando que un chantaje convocaba más que un ideal. Se equivocó porque la manera como presentó la iniciativa Yasuní nunca iba a convencer a los descreídos y alejó sin remedio a aquellos que están sinceramente buscando alternativas al calentamiento global. 

Poner allí a la señora Baki era creer que el mercadeo y las relaciones públicas son más importantes que la sindéresis política. La señora Baki fue precisamente la demostración palmaria, desde que ella se hizo cargo, de que el Plan B siempre fue más importante que el Plan A. Su gestión no podía en forma alguna suscitar confianza. Ni adhesión. Nadie olvidará su poca versatilidad en el tema, su capacidad para ser ambigua, mezclar aportes, esconder la bolita… 

Ella fue la embajadora más convincente, con viajes promocionados y buenos viáticos, de que el Gobierno militaba a tiempo completo contra el Plan A.

El Yasuní muestra otra vez la impavidez con que el Gobierno actúa. Un día pide a sus seguidores ser ecologistas fervientes. Con los meses les quiere persuadir, con argumentos contrarios, de que explotar es prácticamente como proteger. 

Además nunca quiso considerar seriamente otra posibilidad. El correísmo es eso: la ausencia de límites políticos. 

Los suyos son tan etéreos que, en la realidad, les parecen insignificantes. Alexis Mera, socialcristiano discreto, es hoy socialista confeso. Como Fernando Bustamante, quien fungió siempre de gran liberal.

Pasar de lo uno a lo otro debe ser como pasar de la protección del Yasuní a su devastación. Un paso que, en sus cálculos, apenas suma 1%...

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