sábado, 28 de diciembre de 2019

El dañadito

Francisco Febres Cordero

12 de febrero del 2012

¡Qué bueno que la jueza Portilla sentenció que el Calderón y el Zurita le paguen al excelentísimo señor presidente de la República un millón de dólares cada uno para repararle el tremendo daño moral que le causaron!

Y es que los dos ¡cómo le dañaron! Solo ahora, gracias al juicio y esa tan esclarecedora sentencia, podemos saber que la vida del excelentísimo señor presidente de la República se divide en dos: antes de la publicación del libro El Gran Hermano, y después.

Antes, el excelentísimo señor presidente de la República no estaba nada dañado. Tenía buenos los frenos, las rótulas no le vibraban ni se le salían de cauce cuando caminaba, el pelo le brillaba desde la Alba hasta la noche, y los faros de su inteligencia nos alumbraban a todos como si fueran halógenos. O sea full equipo estaba.

Pero ¡oh!, apareció el libro El Gran Hermano y el excelentísimo señor presidente de la República vino a joderse íntegramente, no solo en su aspecto físico sino sobre todo ¡ay!, en el espiritual y en el moral.

Y eso la jueza, tan apegada a derecho, lo sentenció clarito en la sentencia, después de haber aceptado que sea el mismo excelentísimo señor presidente de la República el que declare, por su propia boca, que le dañaron.

Y es que la jueza no dejó que los médicos, que los siquiatras, que los sicólogos, que los vulcanólogos le hicieran un examen al excelentísimo señor presidente de la República para ver en qué lugar de su mente, en qué sitio de su excelentísimo organismo estaba el daño moral, sino que solo aceptó que él dijera que le dañaron de manera irreversible, para que ella creyera que así mismo fue.

Tonces, a confesión de parte relevo de prueba, como decimos los juristas: si el excelentísimo dice que se dañó, es que se dañó.

En realidad, después de la publicación del libro ¡qué dañado que resultó! O sea su siquis apareció torcida, como si le estuviera patinando el embrague, que es como decimos los siquiatras cuando nuestros pacientes están a punto de fundir el mate y de convertirse de cuerdos en locuaces. Y sí se volvió bien locuaz, el pobrecito. De presidente, sizo dictador y de Correa que era, ahora se cree Alfaro. Y tren, y todo mismo.

De repente comenzó a gritar, a dar manotazos, a insultar, a cantar, a soñar en magnicidios, a comer con unas hambres desaforadas metiendo las manos en la justicia. ¡Qué horribles modales que adquirió!

Y, como él mismo dijo, la culpa de eso no fue de su hermano, que fue el que dijo que el excelentísimo señor presidente de la República sí conocía de los contratos que él tenía con el Estado, sino de quienes publicaron lo que su hermano dijo. Y, como ya estaba medio totalmente bien locuaz, no le metió juicio a su hermano porque no le dio la gana, sino que más bien les exigió a los otros que le den para pagar a los siquiatras que va a tener que contratar para que le desdañen lo que le quedó averiado y le destapen la cañería.

Chuta, pero ojalá no se vaya a Cuba a conseguir siquiatras cubanos diciendo que los de aquí son unos carniceros y, con parte de los dos millones que le tocan, pague más bien unito criollo. Con lo que le sobra puede comprarse otro departamentito en Bélgica, ques lo que más le ha de ayudar a volver reversibles los irreversibles daños espirituales que licieron los malos.




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