lunes, 30 de diciembre de 2019

El amor presidencial

Francisco Febres Cordero
23 de Septiembre, 2012

A mí lo ques ¡darme una ternura! Y es que el excelentísimo señor presidente de la República tan bravo ques cuando se pone bravo, tan ríspido, tan insultón contra quienes considera sus adversarios, de pronto se vuelve tierno, cariñoso, dulce, cuando de defender a sus más conspicuos colaboradores se trata.

¿Nues como para enternecerse? Si hay un comecheques que va a parar al penal, el excelentísimo señor presidente de la República corre a visitarle y a manifestarle toda su adhesión, hasta que al comecheques, de la pura emoción, se le afloja el estómago, deglute todito lo comido y los cheques se le vuelven efectivo. ¡Ya lloro!

Si el excelentísimo señor presidente de la República se pasa discurseando contra esos pelucones que viven en barrios exclusivos o, peor, en Miami, y tienen casa con piscina, basta que uno de los suyos se compre una casota con piscina para que el tierno protector de sus muchachos diga que cualquiera tiene derecho a progresar y que la nueva vivienda adquirida por su colaborador es una prueba irrefutable de su capacidad para administrar su dinero, tan sudadamente ganado. Y que lo de la piscina es una calumnia más de la prensa corrupta, porque lo que tiene en su casa el funcionario es solo una piscinita.

¡Qué bueno ques con los buenos el excelentísimo señor presidente de la República! ¡Cómo aparece para justificarles todo lo que hacen y hacerles entender a los malos que lo que motiva sus denuncias son la envidia, el odio y el complejo!

Si un banco del Estado le presta un platal a un extranjero y este, como garantía, da bienes que no son suyos sino del Estado y luego se esfuma con el santo y la limosna, nues culpa de nadie por haberle prestado, sino del extranjero por haberse esfumado.

Y si un funcionario compra unos chalecos para motociclistas que se rompen a la primera (los chalecos, no los motociclistas, aunque también), dice que esos chalecos pagados a precio de oro son los mejores del mundo y que esa compra fue tan buen negocio como el que hizo aquel que compró un Volkswagen y recibió un BMW.

Ante todo eso, ¿qué argumento cabe? Solo queda acompañar al excelentísimo señor presidente de la República en el irrefrenable amor hacia los suyos (y las suyas, claro).

¡Qué suerte que el excelentísimo señor presidente de la República tiene corazón de madre! Eso le permite defender con uñas y dientes a los retoños que le acompañan y atacar, también con uñas y dientes, a todos quienes tienen la osadía de denunciar las trapacerías que cometen los de su entorno: son los malos que merecen el escarnio, la lapidación, el linchamiento.

¿Cuál narcovalija? Los culpables están en Italia, aunque los jarritos hayan salido de aquí, sin culpa de nadie porque ningún revolucionario es traficante. Y ¡basta!

La defensa a sus colaboradores incluye esos homenajes que le encantan al excelentísimo señor presidente de la República. Porque allí hay lloros del homenajeado y de sus familiares, bocaditos y cierre del acto con discurso del único poseedor de la verdad y de la justicia, del dueño de todos los poderes, del supremo hacedor de las leyes, que sale por los fueros de los suyos que, aunque hayan sido cogidos en falta, son impolutos porque colaboran con él, le obedecen y le defienden. Y eso, para su tierno corazón, es suficiente.



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