domingo, 29 de diciembre de 2019

El nuevo líder

Francisco Febres Cordero
10 de marzo del 2013

¡Ay!, ojalá el excelentísimo señor presidente de la República del Ecuador sea ascendido a comandante en jefe de la revolución latinoamericana. ¡Qué lindo que fuera! ¡Y qué buen papel haría!

Fu, facilito él puede proyectar su imagen hasta mucho más allá de nuestras fronteras, dejándoles sobre el altar de la patria grande a Bolívar y sobre el altar de la patria chica a Alfaro. Y con eso, ya. Solo basta que coja la espada de Bolívar y la ponga a cabalgar en helicóptero por toda América Latina y vaya de aquí para allá pregonando los méritos de la revolución que ya no sería solo ciudadana, sino bolivariana.

Chuta, pero el problema es que si para dirigir un solo país no descansa ni duerme y de dar tantos discursos se queda afónico, ¿de dónde va a sacar tiempo para dirigir a otras naciones? ¿Y con qué voz?

Porque por lo demás, no hay obstáculo. Las sabatinas, por ejemplo, una vez podrían ser en Carabobo, otras en Mar del Plata, otras en Córdoba, otras en Cienfuegos, y así. El lío es que ya no podría llegar al sitio escogido en bicicleta y, tampoco, podría pregonar que viene desayunando bolón de verde, guatita, hornado, pan de yuca y jugo de mora con naranjilla, sino que llegaría totalmente en ayunas, ojeroso, arrugado, sediento, descendería de los aires y sobre la marcha tendría que comenzar a insultar rapidísimo a todos los que tienen que insultar y, por las mismas, regresar. ¡Uf!

Otra cosa que tendría que cambiar son las camisas, para que las nuevas tengan los bordados étnicos propios de cada región que visita: unas con loros y papagayos, otras con piñas y palmeras, otras con caimanes, otras con yerba mate, otras con hoja de coca, otras con pájaros chogüís, otras con bife de chorizo. ¡Qué elegante que se le vería!

Y para las canciones también tendría que incrementar su repertorio. Lo que habría que ver es que si toda América Latina por donde cabalgará su voz aguantará escuchar la manera en que va destrozando los ritmos, uno a uno, aunque eso podría ser parte de su proyecto revolucionario: al tango le puede volver joropo; al joropo, vallenato; al vallenato, pasillo, y al pasillo le podría hacer chamamé. ¡Esa sí que sería la auténtica revolución del siglo XXI!

Lo cierto es que tras el deceso de Chávez, el que mejor se proyecta para sucederle es nuestro excelentísimo señor presidente. Ojalá rápido se reúna el sínodo y lo elija. ¡Ay no, qué bruto!, ya creo que me cambié de elección. Pero ya que nuestro excelentísimo es bien revolucionario, está de que cite en la ALBA a los demás obispos de la revolución y no les deje salir hasta que saquen humo albo y el canciller Patiño aparezca por el balcón y grite: ¡Habemus Bolívar! Y entonces el excelentísimo hiciera su aparición envuelto en la bandera tricolor y, blandiendo en su diestra la espada, dictaría su primera encíclica revolucionaria ante el pueblo latinoamericano: Nium Pasum Atrasum, Hastam Victoriam Semper.

Chuta, ¡ya lloro de la emoción! Ojalá lo elijan, pero con la condición de que, cumplido un periodo, se retire a su departamento de Bélgica y ahí se quede encerrado con el título de Presidente Emérito, camisa blanca y zapatos carmesí.


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