viernes, 27 de diciembre de 2019

¿El país abre la vía a la tiranía total?

José Hernández

Guayaquil, 19 de febrero del 2011

El Presidente se está extralimitando en el poder: eso dice Ruptura de los 25.
El Presidente está proponiendo una Consulta Popular para violar la Constitución: eso dicen ex constituyentes de PAIS.
 
Hay otros ex amigos y ex aliados del oficialismo, como el sacerdote Fernando Vega y Manuela Gallegos que reconocen que fue un error haber tolerado al Presidente distorsiones que lo llevaron a arrasar con el espíritu que inspiró el proceso.
 
Si eso es verdad, también lo es que Rafael Correa sigue gozando de altos índices de popularidad. Se lee en las encuestas y se ha visto en las urnas. Y él se encarga de refregar aquello a críticos y ex correligionarios que ahora coinciden en que él desconoce la ley, viola la Constitución, concentra poder, gobierna sin fiscalización alguna, quiere todos los poderes, trata violentamente a aquellos que no comparten su punto de vista y, tras la Consulta, pudiera decir que el Estado es él.
 
El vacío de pensamiento -allí donde Hanna Arendt siempre creyó que anidaba el mal- se ha instalado en el país. Ya no hay racionalidad que valga. Ni valores. Ni equilibrio de poderes. Tampoco hay debates porque eso es un lujo -para citar al Presidente- de ciertos pseudo intelectuales.
 
¿Qué queda, entonces, en el panorama político?
 
Los votos. Solo los votos. Y Rafael Correa tiene la razón, incluso cuando hace exactamente lo contrario de lo que preconizó, incluso cuando cierra los ojos sobre actitudes cínicas, como la de la Corte o la de Paco Velasco. Tiene la razón porque tiene los votos. Ese no es lujo pseudo intelectual. Es la licencia que se otorga como gran elector.
 
Si al caudal de votos se agrega el adagio, cantinflesco en política, que el pueblo es sabio, ¿qué queda para los ciudadanos que sin votos, siguen creyendo que la democracia tiene reglas? Están sin piso.
 
Tan solos como Marcello Mastroianni y Sophia Loren en Una jornada particular, la admirable película de Ettore Scola.
 
Como sea, el perfil de déspota ilustrado que encarna el Presidente y los niveles de aceptación que recibe, llevan a un dilema shakespeareano: ¿es él la simple expresión del sentir de la gente? Por supuesto que en una democracia madura, se dirá que el líder conduce, no sigue a las masas. Pero eso deja intacto el problema. Se puede explicar, coyunturalmente, que los jefes de mercadeo del Presidente y él mismo son sondeodependientes. Hacen encuestas y Correa hace lo que esas mayorías silenciosas esperan.
 
El sociólogo Jorge León resuelve la disyuntiva de otra forma y, de paso, agrava el problema: habla de un verdadero matrimonio entre Correa y las masas. En esa visión, el Presidente no sería un simple ejecutor de la voluntad popular, como él siempre ha pretendido mostrarse. Jorge León habla de un encuentro entre la horma y el zapato. Si fuera exacto, el perfil del Presidente le pertenece. Con sus luces y sus sombras. El problema, para quienes creen que la vida pública no es, no puede ser, una suma de fatalidades, sigue imperturbable: ¿el país, en su inmensa mayoría, es como lo representa el presidente Correa? ¿Es esa identidad la que se refleja en los sondeos?
 
Por supuesto, se oirá, ya se ha oído decir que hay condiciones circunstanciales que explican parte del fenómeno Correa: el cansancio que tenía el electorado de sacar presidentes. El desprestigio de elites que convirtieron la indolencia con el país en religión. La oportunidad histórica de pasar el testigo a gente soñadora y supuestamente ética. Y luego, en el gobierno, los fondos ahorrados y el precio del petróleo que permitieron a este gobierno construir una base clientelar sin comparación alguna con sus predecesores. Las obras de infraestructura que pueden ser mostradas… sí, todo ello es cierto. También lo es el pavor que causa la inseguridad en un país en el cual todavía hay personas que siguen creyendo que las mafias solo son patrimonio de Colombia, Perú o México.
 
Se entiende que no hay mala fe en ello; solo la convicción, ahora ingenua, de que Ecuador es una isla de paz.
 
Todo ello se entiende. Pero nada de ello explica, en forma convincente y compartida, por qué el electorado renuncia a muchos valores por tener un Presidente que no ha cesado de concentrar poder y que si pasa la Consulta, y hoy no se ven razones para que eso no ocurra, pudiera compararse con un monarca del medio evo.
 
Se entiende que haya franjas enormes de la población -otro de los pasivos de las viejas elites- que nada tienen que hacer con las formalidades de la democracia. Pero, ¿por qué la clase media, base del forajidismo que ayudó a Correa, acepta hoy lo que reprobó en gobiernos precedentes? ¿La supuesta estabilidad política y las ventajas económicas lo explican todo? ¿Los empresarios se relacionan con el país solo a través de sus negocios?
 
Se entiende que la izquierda entendió que con Correa tenía la oportunidad que no tuvo en medio siglo. ¿Pero por qué esa izquierda admitió violaciones flagrantes a la ley y distorsiones por parte del Presidente que hoy lamenta? ¿Por qué aceptó y aupó actitudes que rechazó en otros líderes calificados de autoritarios y caudillos?
 
¿Por qué esa izquierda cayó en el cinismo atroz de defender la total opacidad administrativa y, entre sus amigos, actos de corrupción y conflictos de interés? ¿Por qué cree que la Corte Constitucional perdió legitimidad en el caso de la Cervecería Nacional pero es pura y digna para calificar su Consulta? Izquierda cínica capaz de explicar todo, como la vieja derecha, sin pestañear. Una izquierda que repite que respeta el Estado de derecho porque recurrió, como está escrito en la Constitución, a la Corte para calificar una Consulta que sabe inconstitucional.
 
¿Corte legítima? Esa izquierda olvida que, bajo su reino, esa Corte se acostó camello y amaneció dromedario. Una izquierda que nunca, por lo que se ve, leyó a Hanna Arendt, una de las mayores teóricas del totalitarismo.
 
Izquierda que funcionalizó todo: visiones, intereses, valores, perfiles, sueños… Una izquierda que creía que Maquiavelo era lectura obligatoria de aprendices de brujo fascistas.
 
¿La gallina o el huevo? ¿Correa es como el pueblo o el pueblo admite ese perfil que, como dijo Ruptura de los 25 cuando dejó el oficialismo, no ha aprendido que el poder tiene límites?
 
El fenómeno Correa habla de él y ese perfil pertenece a psicólogos, sociólogos e historiadores. Pero ese fenómeno habla de un país que evita mirarse en el espejo y es adicto a la terapia ponciopilatuna.
 
¿Hay una matriz autoritaria, machista, conservadora instalada en el país y, además, ineludible? ¿El país espera, todavía hoy, un mesías? ¿Ese mesías es como el Presidente es?
 
Muchas cosas dicen que el país no tiene todas las características que Rafael Correa exhibe. Pero la unión libre entre los dos es pública, está consagrada y puede dar paso a la tiranía total. ¿Entonces?

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