martes, 31 de diciembre de 2019

Un baile de máscaras

Mauricio Gándara Gallegos
3 de abril, 2014

A propósito del clamor de muchos ciudadanos para que se dicte una amnistía general para los presos y perseguidos por supuestos o reales delitos políticos, me vienen a la memoria actitudes de personajes históricos.

En Suecia, mientras en Francia explosionaba la Revolución Francesa, el rey Gustavo III sufría un atentado durante un baile de máscaras. Encubierto en su disfraz, uno de sus cortesanos le soltó un pistoletazo por la espalda que terminó con su vida en pocos días. Como estaba consciente, sus funcionarios le informaron que todavía no se había identificado al asesino; el rey, que era un caballero andante, generoso, paladín de las libertades de Comercio y de Prensa, exclamó: "Dios quiera que no se le descubra".

El mariscal Sucre fue un ejemplo de generosidad: No tomó venganza, represalias ni prisioneros, peor indemnizaciones, luego del triunfo de Tarqui. Antes, luego de Ayacucho, concedió a los vencidos el derecho a permanecer en nuestro suelo con iguales derechos que los vencedores. Al mariscal, en Chuquisaca, en Bolivia, no le quedaron rencores, pero sí un brazo inútil, consecuencia de un disparo de fusil al haber querido pasar a lomos de su caballo al interior de la guarnición militar, sublevada por instigación peruana y boliviana en rechazo a la ocupación colombiana y a la Constitución de Bolívar, que establecía un régimen semimonárquico, bajo la Presidencia vitalicia de Sucre.

El historiador Roberto Andrade dice que el general Alfaro tenía el alma de Sucre en lo que respecta a procedimientos generosos; recuerda Andrade que en Gatazo, luego de la desbandada del ejército conservador, Alfaro no mandó ni un soldado a perseguirlo y, al día siguiente de la batalla, expidió un decreto de amnistía que disponía: "Póngase en libertad inmediatamente a todos los prisioneros."

García Moreno fue un gran constructor, impulsó la educación, pero no fue generoso; actuó movido por el odio, el rencor. A su gobernador en el Azuay le escribió: "La represión pronta, enérgica, terrible es el único medio de refrenar a los malvados"… "mandaré pasar por las armas a todos los que favorezcan de cualquier modo a los enemigos, y los haré ejecutar religiosamente"… Y cumplió lo dicho: hizo fusilar a los 27 revolucionarios del "Jambelí"; al general Maldonado y otros más; entre sus víctimas se encontró don Juan Borja. Fue bárbara la condena al general Ayarza, héroe de la Independencia, a recibir 500 azotes en público; la humillación llevó a Ayarza a la tumba.

Hay un denominador común en Flores, García Moreno, Alfaro: su deseo de perpetuarse en el poder; todos ellos provocaron reacciones sangrientas que terminaron con sus sueños de poder vitalicio y, en los dos últimos casos, con sus vidas.

Continuando con lo de la amnistía, recordemos que a raíz de la sublevación de Taura, cuando secuestraron al presidente, el Congreso amnistió a los insubordinados. La Izquierda aplaudió.

Una amnistía general –no un indulto personalizado, humillante– por delitos políticos necesita el Ecuador. Ya no importa quién tiene la razón. Se trata de no seguir el camino de una Venezuela envuelta en un conflicto fratricida, atizado por el castrismo para proteger sus intereses.


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