viernes, 27 de diciembre de 2019

El cesarismo y la libertad de prensa

Leopoldo Benites Vinueza

Todos los cesarismos –francos o velados, para repetir la frase de don Julio E. Moreno– tienen frente a la prensa nacional una actitud irritada e intransigente. La censura, por culta y decente que sea, le causa el efecto urticante de una gota de vitriolo sobre la piel desnuda. La crítica, por fundada y comedida que se presente, les parece desacato a su derecho de gobernar sin trabas, a la manera de los déspotas sombríos o de los reyes semidivinos de la feudalidad al descomponerse.

Si Luis XIV pudo decir: "El Estado soy Yo", cada autócrata moderno aspira a decir: "La Patria soy Yo". Y consideran crimen de lesa patria todo lo que puede traducir, con sinceridad y justeza, la opinión de los pueblos o la angustia ciudadana.

El cesarismo es autocrático. La adulación servil que rodea a los pequeños o grandes césares, la creación en su torno de instituciones serviles que pierden toda noción de vergüenza para justificar todo lo que le dicta la voz del amo hace que el cesarismo se engría y se infle como el pavo real de plumas brillantes que las despliega... en la cola.

Lo que disuena con el coro de las voces serviles, eso es para el cesarismo falta de patriotismo, actitud subversiva,Reproducimos esta columna que, habiendo sido publicada en este Diario el 25 de mayo de 1942, guarda una asombrosa coincidencia con la actualidad: "La democracia concede el derecho de crítica porque cree en la fabilidad de los criterios humanos; el cesar revolucionarismo digno de ser castigado con el garrote, la cárcel o el pelotón de fusilamiento. No perdonan, ni comprenden, ni disimulan. Parodiando al bárbaro asiático, tienen siempre esclavos que le recuerdan: "La prensa, he allí al enemigo" y lanzarían una flecha al cielo, clamando venganza.

La democracia es tolerante; el cesarismo intolerante. La democracia concede el derecho de crítica porque cree en la fabilidad de los criterios humanos; el cesarismo suprime toda crítica porque se basa en la mística de la infabilidad nacida de la superestimación de sus talentos y sus métodos. La gran batalla del mundo –por la que mueren cada día millares de hombres en todos los puntos del mundo– es precisamente entre el cesarismo y la democracia, entre la opresión y la libertad.

El cesarismo, que quiere suprimir la crítica y ahogar el pensamiento libre para dar a los hombres un pensamiento de rebaño, contra la democracia que considera inviolable el derecho de cada hombre a su propio pensamiento y a la libre expresión de él. Hitler y la Gestapo, por una parte; Inglaterra permitiendo la crítica de los actos de sus dirigentes sin considerar que eso es traición a la Patria; Mussolini y sus métodos de aceite de ricino y Roosevelt permitiendo, en víspera de la guerra, los más violentos ataques de sus enemigos sin encarcelar, ni perseguir, ni maltratar a periodistas y críticos políticos.

La América que lucha contra el cesarismo acaba de concebir, en forma sencilla, clara y precisa, los Derechos de la Prensa, al fijar en pocas cláusulas las líneas generales de una ley que debe ser adoptada por todos los países americanos. El Congreso Interamericano de Prensa, reunido en México, ha dado así un rumbo, señalado una ruta hacia la unificación democrática de los pueblos de América.

Entre las cláusulas hay una que define de modo irrestricto el derecho a la crítica: Los artículos atacando a los funcionarios de Gobierno no deben ser considerados injuriosos si no se refieren a sus vidas personales. De ese modo firme se traza la frontera entre la crítica de los actos públicos –que debe ser amplia, sin limitación alguna– y la canallesca invasión de la vida íntima de los hombres.

El hombre, en sus actos públicos, es un funcionario del Estado, un mandatario que recibe el mandato del pueblo. La prensa, que es una función de la opinión, tiene que juzgar por lo mismo, sin trabas, al hombre público. Pero vedar, y castigar si es preciso de modo severo, todo lo que invade la vida privada, el honor personal, la tranquilidad de las familias.

Otra de las cláusulas que merece ser glosada es la siguiente: El abuso de la libertad de prensa no será considerado un crimen especial. Lo primero que hace el cesarismo es armarse de poderes ilimitados para amordazar a la prensa y perseguir a los periodistas. Recordamos nosotros la Ley Mordaza de Páez, que, en una época de mayor sensibilidad política, produjo su caída aparatosa. Allí se acumulaba la toxicomanía, como delito, con el periodismo.

Y, por último, que la prensa no puede ser confiscada bajo ninguna condición. Pues el primer paso de los cesarismos es atacar a la prensa, clausurar diarios, secuestrar sus instalaciones. En las épocas más negras de nuestra historia, los garroteros tenían una doble función: apalear periodistas y empastelar imprentas.

Es necesario que se cree en el Ecuador, en torno de estas resoluciones, una conciencia. Así se sirve a la democracia. Y se ataca a los cesarismos francos o velados para los que la crítica actúa como una gota de limón sobre la ostra recién abierta. Las instituciones nacionales de prensa deben hacer una fuerte campaña para conseguir que las resoluciones del Congreso Interamericano de Prensa sean incorporadas a la legislación positiva ecuatoriana para armonizarlas con los principios liberales que han sido la conquista de un pueblo que ama la libertad, la tolerancia y la comprensión como base de un leal entendimiento de gobernantes y gobernados para guiar la nación por sendas de progreso, de libertad y de verdadera democracia.

25 de mayo de 1942.

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