domingo, 29 de diciembre de 2019

¿Sepultamos la razón?

Daniela Chacón Arias
septiembre 24, 2013

Aún no logro entender qué paso con la capacidad de crítica de los ecuatorianos. No comprendo por qué nuestra sociedad se contenta con las justificaciones banales del poder para actos que otrora hubiesen sido suficientes para salir a las calles a protestar e inclusive desestabilizar a un régimen. No estoy abogando por volver a esos terribles años de inestabilidad, pero no puedo evitar preguntarme dónde están todas esas personas que antes no comían cuentos. 

Ortega y Gasset, en su brillante obra La Rebelión de las Masas, describe al hombre masa –el que acaba con las civilizaciones– como aquel que cree que con lo que sabe ya tiene más que suficiente y no siente curiosidad por saber más. Sólo así se puede entender por qué los ecuatorianos no solo que ya no cuestionan sino que han dejado de considerar detenidamente algunas de las razones que emanan de las mentes lúcidas que hacen la revolución ciudadana. 

A veces pienso que el poder ha comprendido esta circunstancia y se aprovecha de ella constantemente. Cuando soy aún más pesimista, pienso que el poder cree que somos tontos y que no vamos a darnos cuenta que algunas de sus justificaciones no resistirían el análisis o reflexión más simple. Y cuando soy fatalista, pienso que realmente creemos lo que nos dicen. 

¿No le parece a usted, estimado lector, que todas las razones que nos han dado para justificar la explotación del Yasuní ITT ya rayan en lo ridículo? ¿Es que en verdad es posible creer que no va haber afectación alguna de una actividad extractiva en un sitio mega biodiverso? ¿Por qué con estos barriles, y no con todos los que han llegado, sí vamos finalmente a salir de la pobreza? ¿Por qué los mapas donde se mostraba la presencia de pueblos en aislamiento voluntario de repente dejaron de ser válidos? Imagínese, estimado lector, que cuando los opositores al plan de explotación del Yasuní ITT, fueron a la Asamblea Nacional a la Comisión de Biodiversidad a exponer sus razones, su presidente, el asambleísta oficialista, Carlos Viteri, no permitió que los asambleístas les hagan repreguntas bajo la justificación de que las intervenciones son para escuchar, no para debatir, y que además ello ¡tomaría mucho tiempo! 

Otro caso, uno de los flamantes miembros del Consejo de Regulación de la Comunicación, el que en teoría era el "independiente" dio una entrevista en El Comercio en la que hablaba sobre porqué este consejo no se ha pronunciado respecto de la serie de insultos que profirió el primer mandatario al artista Guevara y su supuesta rectificación. Su respuesta, literalmente, fue que ¡no había visto las últimas cinco sabatinas porque ha estado dedicado a su casa! Yo pensé que este consejo debía hacer de la comunicación un lugar perfecto donde nadie insultaba. Estuvo presto a pronunciarse en contra de las fotos de niños en la matanza con armas químicas en Siria pero no dijo nada respecto del uso de un bebé en la propaganda a favor de la explotación del Yasuní ITT. ¿No se supone que la ley prohíbe el uso de niños para propagandas políticas? ¿Debemos creer, como nos dicen, que la ley se aplica imparcialmente? 

Estos ejemplos solo para ilustrar lo absurdo de las justificaciones del poder para convencernos de la validez de sus tesis. ¿Es que nos hemos vuelto hombres-masa alienados de toda razón y reflexión? ¿Será que no somos capaces de sustraernos de la maravillas que nos ha traído el gasto público? Hemos caído presa del encantamiento de los petrodólares, de la modernidad de los edificios públicos, los discursos nacionalistas y nos hemos olvidado de cuestionar todo lo adyacente, que acaso sea lo más importante. 



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