miércoles, 1 de enero de 2020

El Pulpo

Por: Gonzalo Ortiz Crespo

04/Mayo/2014

"No pude reprimir un gesto de repulsión. Ante mis ojos se agitaba un monstruo horrible … de ocho metros de largo, que marchaba hacia atrás con gran rapidez, en dirección del Nautilus. Tenía unos enormes ojos fijos de tonos glaucos. Sus ocho brazos, o por mejor decir sus ocho pies, implantados en la cabeza, lo que les ha valido a estos animales el nombre de cefalópodos, tenían una longitud doble que la del cuerpo y se retorcían como la cabellera de las Furias. Se veían claramente las 250 ventosas dispuestas sobre la faz interna de los tentáculos bajo forma de cápsulas semiesféricas … La boca del monstruo -un pico córneo como el de un loro- se abría y cerraba verticalmente. Su lengua, también de sustancia córnea armada de varias hileras de agudos dientes, salía agitada de esa verdadera cizalla … Su cuerpo … formaba una masa carnosa que debía pesar de 20 a 25 mil kilos. Su color inconstante, cambiante con una extrema rapidez según la irritación del animal, pasaba sucesivamente del gris lívido al marrón rojizo".

Son extractos de la vívida descripción de Julio Verne del primero de los pulpos que atacan al Nautilus y contra los que toda la tripulación tiene que luchar a hachazos, bajo el comando del capitán Nemo, en una de las escenas inolvidables de Veinte mil leguas de viaje submarino, ese libro leído y releído en nuestra infancia.

Al plantearme escribir esta columna, la imagen del gigantesco pulpo me ha venido con fuerza a la mente. Y es que quiero hablar ni más ni menos del descomunal pulpo en que se está convirtiendo el Estado ecuatoriano. Un pulpo que intenta atrapar a todas las instituciones del Ecuador. Mientras uno paraliza a la sociedad civil –ONG, asociaciones, clubes deportivos, sindicatos, organizaciones populares– sin permitirle libertad alguna, otro somete a la función judicial controlando todos sus movimientos, y un tercero al legislativo –donde la reciente persecución al asambleísta Cléver Jiménez es una demostración clara de cuán férreas son las ventosas, porque ni siquiera se protesta ante el írrito juicio que no podía haberse celebrado sin haber sido previamente levantada la inmunidad parlamentaria por la Asamblea en pleno–. Un cuarto tentáculo aherroja a la educación, mientras un quinto brazo atrapa con su hercúlea fuerza a los medios de comunicación, sea apropiándose de ellos, sea amedrentando a los que siguen en manos privadas, provocando la autocensura, el temor reverencial, con acciones en contra de escogidos actores para escarmentar a los demás.

Ahora el monstruo se retuerce y envía voraz otro de los brazos, so capa de una ley de Ordenamiento Territorial, contra los gobiernos seccionales, a los que la propia Constitución, recogiendo una tradición de siglos en nuestra patria, declara autónomos. Ya la administración que concluye en diez días hizo retroceder a la municipalidad de Quito, que era la que más había avanzado en ser un verdadero gobierno local, sometiéndola a los caprichos del pulpo. Pero viendo que las aguas se agitan, el cefalópodo quiere ahora vigilar, controlar y castigar a todos los municipios, convirtiéndolos en simples comisarías. Para el pulpo ni siquiera su propia Constitución vale. Lo único que quiere es asirlo todo con esos pies que le brotan directamente de la cabeza y avanzar hacia atrás.

Quiero hablar del descomunal pulpo en que se está convirtiendo el Estado ecuatoriano. Un pulpo que intenta atrapar a todas las instituciones.

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