miércoles, 1 de enero de 2020

Ego


Simón Pachano
Lunes, 9 de junio, 2014

Estaban equivocados quienes creían que con la Ley de Comunicación se perseguiría solamente a quienes se atrevieran a hablar. Nunca se imaginaron que similares o peores sanciones podrían derivarse del silencio o de la escasa importancia atribuida a un hecho. Es comprensible que hayan caído en ese error porque nadie que goce de sus plenas facultades podría tomar en serio la obligación que tienen los medios de "cubrir y difundir los hechos de interés público" y que la "omisión deliberada y recurrente de la difusión de temas de interés público constituye un acto de censura previa" (artículo 18).

Cuando se debatía la ley, muchas voces hicieron notar el absurdo de una disposición de esa naturaleza. Pero, ya que lo que cuenta es el número de votos y no la racionalidad de los dóciles asambleístas, la ley fue aprobada con esa y otras barbaridades. Aquellas mismas voces dijeron que esa disposición constituye un instrumento de censura previa ya que establece contenidos obligatorios para los medios. Se la comparó incluso con lo que ocurre con los regímenes totalitarios, donde está claramente definido el índice de los temas que deben ir en titulares y los que no deben ser nombrados. Se preguntó también sobre la institución o la persona que tendría la potestad de calificar a un tema como de interés público, porque alguien debería definir eso.

Esta última inquietud ha tenido ya una respuesta en estos días. Como no puede ser de otra manera en la tierra del caudillismo indefinido, no es necesaria una institución que asuma esa facultad. Para eso está el líder. Al fin y al cabo, si él define lo que es verdadero y lo que es falso, lo patriótico y lo antipatriótico, lo revolucionario y lo contrarrevolucionario, cómo no va a definir cuáles temas son de interés público y cuáles ni siquiera deben merecer una línea. Basta que un sábado cualquiera asegure que un viaje particular a otro país es un hecho que debe interesar a todo el país para que aparezca un acucioso individuo dispuesto a jugarse por el proyecto y presente la correspondiente denuncia en la Superintendencia de las comillas.

Si esa disposición de la Ley de Comunicación llamó la atención por la irracionalidad y por el contenido abiertamente represivo, la actitud del líder sorprende aún más por el grado al que puede llegar el envanecimiento. Los medios de comunicación dieron la cobertura que se merecía un viaje particular a Chile, como lo han hecho en múltiples ocasiones con otras actividades que él desarrolla en su vida privada. Por esa vía nos enteramos de su opinión sobre el acceso de Bolivia al mar y pudimos saber que eso no cayó bien a algunos expresidentes chilenos. También conocimos extractos de su discurso en la entrega del doctorado honorífico, en el que, como corresponde, destacó la manera en que sus inigualables cualidades personales han podido producir el milagro ecuatoriano. Pero, para él y para el agencioso individuo denunciante todo eso fue insuficiente. Es que no comprenden que en ningún medio cabe tanto ego.


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